viernes, 30 de mayo de 2008

Canta el tango como ninguna

Hacía frío y yo estaba muy nerviosa. Después de años (más de diez, me dí cuenta de repente) de estudiar como una autómata, digna personificación de los niños-salchicha de “The Wall”; de pronto mi carrera universitaria no tenía mucho sentido ni para mí ni para mi nerd interior (esa que siempre, tarde o temprano, resuelve que mi vida no es tan interesante como para dedicarle más tiempo que al estudio). Me había quedado dormida en el colectivo (porque aunque hacia frío me daba el sol y aunque tenía mucho que estudiar también tenía que trabajar, entonces también tenía mucho sueño) y había terminado en algún lugar lejano de Rivadavia (digamos Flores, Floresta, floripondio, etc); me había tomado un colectivo de vuelta (gastando ese precioso metal en el que se han convertido últimamente las monedas) y había llegado a la facultad. Tarde, pero seguro. Estoy por el pasillo cuando veo por el vidrio de la puerta a mi profesora (una mezcla poco feliz entre Laura Ingalls y la maestra de Laura Ingalls, la que le pegaba con el puntero) levantándole el dedito a un compañero. Sonamos dije, está entregando los parciales.

((Hace unos años me tocó en suerte una de esas pre-púberes ad-honorem ad-hoc profesoras “soymásjovenquevosyséeldoble”. La experiencia fue nefasta. Sólo basta con contar que después de corregir el primer parcial empezó a repartir diccionarios porque ella sabía que “acá hay gente con faltas de ortografía”. Y si no basta, podemos citar su frase magistral, mientras miraba como escribía mi segundo parcial: “ah, tu letra es fea pero grande….lastima que sos tan desprolija… parece como cuando mi gato babea mis hojas”. Si no basta con eso, basta conmigo! ))

Que la primera frase que uno oiga cuando entra a un aula sea “eso no se hace” conspira bastante contra la voluntad de progreso de uno. Yo, que había tomado más colectivos y menos café del que correspondía, no me inmuté y me senté al fondo. Su segunda frase fue “voy a tomar lista”. Menos mal que llegué, pensé. Es sabido que el tema de las asistencias es muy relativo, por lo cual todos especulamos con la benevolencia y/o tolerancia y/o vista gorda de nuestros beneméritos profesores filosóficos y letricos. Bueno, más bien tétricos.

Parece que en este caso a Laurita Ingalls le faltaban todos esos componentes (benevolencia, tolerancia, vista gorda, etc). Se acomodó en su silla y empezó a leer la lista que los supuestos presentes habíamos firmado. De los que nombró, estábamos menos de la mitad.

Su frase final fue: “esto es para que vean como son las cosas. Acá hay algunos vivos que subestiman a los profesores jóvenes en cuanto a su capacidad de vigilar que se cumpla el reglamento. Hablemos de los movimientos por los derechos civiles”

Aha! Hablemos! Pensé. Pero ella se refería a aquellas laxas agrupaciones de negros del sur norteamericano de la década del ’60. Claro, en el reglamento también se pide que se cumpla el programa de la materia, no?

lunes, 26 de mayo de 2008

VHS (Vidas Hondamente Suicidas)

Gracias a la tecnología, o al afán de historiadora del que no puedo librarme, o a que era domingo y no había nada que hacer (por lo menos eso parecía en la casa de mi madre); el otro día me puse a ver unos videos realmente viejos. Diez años de edad tenían casi todos ellos. En uno, muy significativo por cierto de lo que vino siendo mi infancia-adolescencia, mi madre y yo teníamos una pelea de esas que eran cotidianas. No obstante su asiduidad, decidimos (más bien lo decidió ella, que era la única que decidía algo en ese entonces) retratar el evento. En él, se me veía a mi, con esos horribles doce años que me colgaban de todas partes, decirle, humildemente “vos estas enojada conmigo, no estés enojada conmigo”. Lamentable, por donde se lo mire. Hablarle al ojo de una cámara, detrás de la cual estaba mi madre; pidiéndole al ojo de la cámara que no este enojado conmigo. Lamentable. De hecho creo que el ojo nunca me escuchó, dado que nunca me favoreció mucho, ni él ni su amigo el ojo de la cámara de fotos. En fin, en eso estaba yo a mis doce años, pidiéndole a mi sacrosanta madre que no se enoje conmigo, cuando se me ocurrió esgrimir la razón que en ese entonces consideraba casi inapelable para que eso sucediera: “dale, vos sabés que yo te quiero”. A continuación ella sostenía un argumento que, gracias a la tecnología, una vez más, he de sostener diez años después en esta pantalla de LCD y en función de un SMS que me acaba de llegar con un “no voy a ir a tu casa” solapado de “cuántas cosas tengo para hacer”.
Es decir, diez años más tarde o diez años más temprano mi madre y yo nos preguntamos al unísono: “¿y cómo me doy cuenta que me querés?”. En ese entonces el argumento me azotaba diariamente y oh lala, hoy casi parezco tener doce años de nuevo pero al revés: Voila, tengo 22 y me pregunto cómo carajo me doy cuenta que alguien me quiere, mientras veo el video donde le contesto a mi madre: “porque te lo estoy diciendo”. A lo que ella contesta con otro gran emblema de mi formación emocional, que quien sabe donde habrá quedado en mi esquema cognitivo pero que definitivamente es el emblema que rige todo tipo de idea que tengo sobre el amor: “¿Y si yo te digo que te quiero y te doy con un garrote en la cabeza?”. Chan, qué momento. Mamá, primero, no estamos en la época de las cavernas, Segundo…emmmhhh…estemmm…no, no puedo debatir más ese argumento, es simplemente impecable en cuestión de lógica. A menos que… a menos que la gente tenga definiciones de amor tan distintas entre sí que puedan quererse a los garrotazos…lo que me llevaría a pensar en los hombres golpeadores, o las mujeres obsesiva-compulsiva o en todo tipo de especímenes que andan por ahí.
El touche final de este relato lo da mi contestación… allá lejos, en el 98: “pero yo hago cosas para que vos lo veas… te llevo el té con leche a la cama…” Más allá de la ternura que me invade cuando veo a mi obsecuencia inmortalizada en la pantalla, o la vaga idea de amor que en ese entonces tenía, lo que remata esa conversación con ella, y este post, y todos los post dedicados a la fisionomía de las relaciones es su contestación, magistral, impecable, inadmisiblemente suya, inconfundiblemente femenina: “lo haces porque yo te lo pido”.
He aquí el nudo fundamental del asunto: no sirve hacer cosas por el otro que el otro te pida, simplemente hay que hacer aquello que sabemos que el otro quiere que hagamos. Eso hará que el otro piense que lo queremos. La pregunta seria, cómo carajo sé yo qué significa para vos que yo te ame, que vos me ames y que la mar en coche cuando no haces lo que te pido, ni lo que no te pido, ni lo que me gustaría, ni ocho cuartos.
Ocho cuartos: 8/4. Eso da dos. Fucking número nuevo, estaba muy acostumbrada a pensar de a tres.

domingo, 11 de mayo de 2008

Se pierde el pelo....

algunas cosas te ponen
algunas cosas te sacan
algunas cosas te reponen
algunas cosas te rescatan
algunas cosas te resecan
algunas cosas de resoplan
algunas cosas te resurgen
como escribir un blog.
en fin
en principio
hubo un principio?
más bien hubo un precipicio...
(¿cómo era esto?)
-In love we (still) trust-