Ya no duele el frío que te trajo hasta acá

Hace más años de los que me gustaría admitir, estábamos con dos compañeros estudiando la transición del feudalismo al capitalismo. Yo no trabajaba, vivía en otra casa, soñaba con recibirme y ser feliz, creía en la fidelidad y todo eso. Fijense como el tiempo cambia a la gente (a alguna gente, perdón).

En esto estábamos cuando empezamos a debatir sobre un texto bastante conflictivo, que comentaba que el capitalismo fue en la historia como las olas en el mar, rompiendo cada vez más cerca de la orilla, hasta terminar por imponerse. En ese momento, creímos imbécil la metáfora.
Con el tiempo, veo que ese proceso podría llegar a repetirse ad infinitum en muchas circunstancias de mi vida.
La ola que se acerca y rompe una vez, no es más ola, es mar
De nuevo una ola que se acerca, rompe otra vez, es mar

Así, las cosas me pasan una y otra vez, cada vez con más fuerza, cada vez más cerca de la orilla.
El movimiento es estimulante pero no deja de ser monótono y triste.

Una y otra vez, la ola rompe cada vez más cerca de la orilla.
Una y otra vez, la ola rompe cada vez más cerca de la orilla
Una y otra vez, la ola rompe cada vez más cerca de la orilla

Ensimismada en mi vejez académica, pienso en esta historia mientras, un sábado a la mañana cualquiera me arrepiento de lo que fue y lo que no hubo de haber sido.

Y una frase se me impone, como un susurro me aparece entre mis compañeritos, muchos más jóvenes, mucho más impetuosos que yo, con ganas de recibirse, ser felices, enamorarse y vivir.
Se me impone el alejamiento, una vez más.
No sos de acá, no pertenecés.
No.

Me digo entonces, simplemente tratando de pensar que todo lo que pasó tuvo el sentido más cabal y definido. Sintiendo que debo irme, para que todo comience otra vez a girar. Llámese posgrado, llámese viaje por el mundo, llámese nos vemos en cinco años.

Pienso, reflexiono y lloro un poco. Pero sin dudas, mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar.